domingo, 28 de febrero de 2010

Desde algún balcón

Cuando Ana despertó todavía era de noche. La ventana del balcón estaba abierta, y de la calle llegaban los esporádicos ruidos de motor de los trasnochadores vehículos. Se había dormido en el sillón, con la mano empapada en sudor, sujetando el teléfono inalámbrico. Ya no había llamado y ya no llamaría. La idea la angustió.
Hacía calor. Salió al balcón para despejarse las ideas. ¿Cómo había sucedido? Tan sólo podía recordar los gritos, el portazo, las inútiles llamadas a su celular. ¿Cuál fue el motivo? El calor y el sueño no le permitían recordar demasiado bien. Qué más da, seguramente fue una tontería por esas que discuten siempre. Salvo que esta vez se había ido. Y para no volver.
Siete pisos más abajo, el tránsito se había calmado. Solamente cada tanto, algún taxi rompía el silencio montevideano. Ana miró hacia arriba y distinguió una o dos estrellas. Era una pena. Recordaba cuando de chica visitaba la estancia de su tío en el campo y se quedaba toda la noche tirada en el pasto observando el negro cielo tapizado de millones de puntitos blancos, mágicos.
Ya algo más despierta, consiguió recordar el motivo de la discusión. ¡Claro! Se avergonzó de sí misma por pensar que había sido una tontería. No lo era. Era nada más ni nada menos que ese enorme peso con el que había cargado desde la adolescencia, aquello que por las noches le quitaba el sueño y sólo se consolaba buscando aquellos tiernos, cálidos brazos que tanto amaba y tanta seguridad le daban a Ana; los mismos que hace unas horas cerraban de un portazo la puerta de su apartamento. Agachó la cabeza. Su cobardía le había hecho perder para siempre al amor de su vida.
Porque estaba segura que era el amor de su vida. No era cosa que lo supiera desde el comienzo de la relación, hace ya muchos meses, sino que era algo que sabía desde hace unas semanas. Recordaba a la perfección cuándo sucedió. Había sido luego de haber ido al teatro a ver ópera. Ana amaba la ópera. Le llenaba el cuerpo de una enorme satisfacción, le hacía sentir como nueva. Al salir, volvieron al apartamento caminando de la mano, haciendo caso omiso a las miradas de los de los demás transeúntes.
Una vez en el apartamento, se amaron como nunca antes. Esa noche se sentían diferentes, Ana se sentía diferente. Y fue entonces, entre esos cálidos y tiernos brazos, que Ana se dio cuenta que había encontrado al amor de su vida. Y ahora se había ido.
Suspiró. La noche montevideana la consolaba con una fresca brisa otoñal.
No era la primera vez que discutían sobre aquél tema. De hecho, había sido un tema recurrente en todas sus relaciones de pareja, sin excepción. Pero esta vez le dolía mucho más, porque creía haber encontrado al amor de su vida.
Y eran entendibles los enojos de sus parejas. La cobardía, el temor al qué dirán le impedían presentar a sus parejas frente a su familia, frente a su círculo de amigas de la infancia más que cómo una nueva amistad. La gente hablaba a sus espaldas y ella lo sabía. Es que no tenía otra opción. ¿O sí la tenía?
Sin más compañía que la brisa primaveral, Ana comenzó a rememorar los momentos vividos juntos. Sonreía. Tantos segundos de felicidad, de placer… ya no quedaban más que recuerdos. Ya no volvería a suceder, se había ido para siempre.
Sus ojos se le humedecieron. ¿Por qué había sido tan estúpida? Era lo que más quería en su vida, y ella lo había echado todo a perder. Miró hacia abajo, las grises baldosas montevideanas se le antojaban seductoras. Cerró los ojos y sintió la brisa primaveral, el viento de la noche montevideana en la cara. Se creyó liviana, libre. El placer inundó su cuerpo, como aquella vez en la ópera. Pero esto era mejor. Sencillamente incomparable.
Mientras caía, recordaba la noche en que fueron a la ópera. Cuando acarició su suave cuerpo, cuando besó sus firmes senos, su largo y sedoso pelo. Sonrió. Aquella noche descubrió que lo amaba y ahora se había ido. Ya nunca sería abrazada por esos cálidos y tiernos brazos que tanto amaba. Las baldosas, grises y seductoras, fueron a su encuentro.

Francisco Díaz
Paysandú, Uruguay

Jean Cocteau (1889 - 1963)


El Poeta de Treinta Años


Heme aquí despues de la mitad de mi vida,
cabalgo sobre mi hermosa casa;
a los dos lados veo el mismo paisaje;
pero sin vestirse con la misma estación.


Aquí está la roja tierra de viña encornada
como un joven corso. La lencería colgada,
con risas y señales, recibe el nuevo día;
allá viene el invierno y el honor que se me debe.


De acuerdo, si dices quererme todavía,
Vénus. Si no hubiera hablado de ti, no obstante,
si mi casa no estuviera hecha con mis poemas,
sentiría el vacío y me caería del techo.

"¡No!, Ni mergas"

Si uno piensa en cómo se conforma la sociedad la respuesta obvia es que depende el tipo de sociedad y por supuesto que ésta es multifacética. Una buena respuesta, pero cobarde a la vez. La verdad es que cualquier sociedad se compone, primariamente, por dicotomía: Hombre-Mujer, Yo- el Otro, Débil- Fuerte. Tal composición viene de nuestra herencia animal. El fin primario de toda especie en este globo terráqueo es sobrevivir y para ello debe devorar otras especies, tal es nuestra suerte y cruel devenir. Ahora bien el ser humano no se conforma con sobrevivir, necesita una autoafirmación de su yo. Para ello crea esta aparente sencilla dicotomía en la que confluye rito, competencia y burla.
No es de extrañar entonces que un producto sociocultural como el deporte competitivo extienda su red más allá de la esfera que le corresponde: permea de tal forma en la sociedad que se construye un comportamiento cultural alrededor de éste. Ejemplo: el mexicano sabe que poner las palabras: chiva y águila; juntas implica algo más que sólo dos equipos de fútbol.
Ahora bien si hasta aquí estamos de acuerdo, y has leído entre líneas debes estar dándote cuenta de que el ser humano siempre buscará la forma de afirmar su ser sobre el de otros seres humanos, así se crean los nacionalismos, los fanatismos, los racismos, etc.
¿Qué tiene que ver esto con Pedrito (el ni mergas)? Octavio paz habla del mexicano como hijo de la chingada, quizá no haya un ejemplo más claro que el mexicano para hablar acerca de dicotomías: nosotros buscamos chingar y evitamos a toda costa ser los chingados. Pues bien, el video original de Pedrito data del 27 de agosto del 2007 y cuenta con un total de 718216 visitas. El video de youtube, con una duración de 1:42 minutos, capta a un joven de playera amarilla que tiene la mala suerte de encontrarse frente a frente con una patrulla; sí, mala suerte porque va alcoholizado y además lleva una bolsa negra llena de “cheves”. Entre las curiosidades del video está la frase “Ni mergas”; frase por la cual sería conocido el video y demás spin-offs. Esta frase junto a un comportamiento que reta a la ley nos revienta de risa; mas no burlona. Al contrario si uno revisa los comentarios la gran mayoría dice cosas como: “que viva Pedrito, me identifico con ese vato”, o bien repiten las frases de Pedrito como grito de guerra.
Fenómeno curioso, nos encontramos con un claro ejemplo de un chingado y nos identificamos con él y lo colocamos como un estandarte. ¿Acaso todo el mexicano se sabe chingado de antemano? ¿Optamos por colocarnos en el peldaño bajo de la dicotomía? ¿Qué pasa con Pedrito? La voz de ese “vato” retrata la angustia del mexicano que no pretende más que seguir su camino. Pedrito exige los pinches envases para irse, ha sido agredido, gritado y revolcado…mas lo único que desea es irse ya. Al no obtener respuesta satisfactoria, entonces sí exige una explicación: “dígame, wey, dígame” un dígame que más de uno hemos tenido las ganas de pronunciar y sin embargo optamos por agachar la cabeza.
Así, Pedrito el chingado despierta en nosotros un sentimiento de empatía, un sentimiento que si bien no nos exime del famoso “qué bueno que no fui yo” si nos vuelve magnánimos y nos hace ver de forma misericordiosa al chingado y no festejar su mala suerte.
Triste pero cierto, en Pedrito más de uno ha encontrado un alter-ego, una afirmación de su yo, hay entre los comentarios quién ha dicho “yo me he puesto igual o peor”, “se pasan de verga los patrulleros, se la dan de muy vergas los culeros pero a mí me la pelan y me la maman”. El mexicano siempre buscará chingar al prójimo, con albures, con desprecios, con exhibicionismo de fuerza, de dinero etc. Pero siempre, como bien ha señalado Paz, el mexicano reconocerá que frente a la autoridad no le queda más remedio que ser el chingado, nuestro trauma colonial ahora exportado a nivel internacional por la maravilla de la red

"M serin"
Morelos, México

lunes, 15 de febrero de 2010

Amigo in-visible y poderoso


Hace algunas semanas recibí la visita de un amigo que hacía tiempo no sentía, claro que de vez en cuando llegaban noticias suyas, uno que otro rumor que al poco tiempo se desmentía o confirmaba.


Ahora que estuvo aquí me hablo de muchas cosas, de sus viajes en Sudamérica, de los meses en Europa; yo le conté de mis trabajos, de mi familia, de mis otros amigos, de cómo me va con mis padres, de mis preocupaciones y de mis anhelos.


Él, como siempre, escuchó paciente y atento, de repente soltaba una carcajada inevitable o una risa simulada pero comprensiva. En otras ocasiones me gritaba celebrando mis aciertos y siempre me miraba marcando mis errores y con una palmada en la espalda me ayudaba a corregirlos.


Hacía tiempo que no lo escuchaba, que no lo sentía como en estas semanas pasadas. Temprano por la mañana, mientras preparaba el desayuno me contaba de su viaje de la noche anterior que apenas había terminado.



Me deleitaba sentir su frescura en mis mejillas y también como acariciaba mi cabello.


Cuando por la noche, después del trabajo volvía a casa caminando me acompañaba todo el trayecto y platicábamos de cómo había estado la jornada. Él siempre dando recomendaciones, sugerencias de que debería cuidarme mejor, que debería cambiar de trabajo, que ya le presentara a mi novia, si es que ya tenía una, etcétera.


También me invitaba a dar la vuelta por la noche corriendo con él, yo en el auto, y él a mi lado y detrás, a veces rebasándome y otras dejándome tomar la ventaja. Cuando estaba yo muy cansado sólo me acompañaba a casa para poder cenar y al acostarme se quedaba a mi lado para contarme al oído las historias más fantásticas que alguien pudiese imaginar. Ya tarde por la noche y yo estando dormido, las susurraba por debajo de la puerta o por la rendija de la ventana entreabierta. Me contaba todas esas historias ocultas y desconocidas de la humanidad, esas que de haberlas contado a otro ser humano no habría entendido; y habrían causado sobresalto y terror por las noches. Pero no es así en mi caso, a mí me gusta que me diga al oído todo eso que él sabe, todo eso de lo que se entera en sus viajes por el mundo, y claro, he de admitir que hay historias que no entiendo del todo pero aun así me gusta que me las cuente.


Cuando yo le cuento como me siento él siempre me empuja hacia donde debo ir y me muestra lo que debo hacer, o me frena cuando siente que me estoy equivocando de ruta. Siempre me dice cosas que me ayudan a ordenar mis ideas, cosas que me ayudan a relajarme, que me tranquilizan.


Sé que hay gente que no le hace caso, me lo ha dicho, otros no conocen su poder o más bien no lo toman en cuenta. Pero yo lo he visto y no le tengo miedo. Me gusta tener un amigo tan poderoso…


A mí me gusta sentir el viento, el poder del viento.


"Giac"México,
D.F.
mail de contacto: jjfgyc@hotmail.com

No es sólo...

Para Mirtha, Niña de mi vida
No es solo tu bello rostro,
Ni tu enigmática mirada,
O tu sonrisa perlada,
O tus manos de seda;
Son tu corazón y tu alma buena,
Que sin ello, nada me queda,
Es la forma en que sonríes
Cuando me dices te amo,
Es la forma en que me miras
Tras una larga ausencia,
Es la forma en que me tocas
Cuando entre sabanas nadamos.

"Kafran Sisan"
Gdl, Mexico

martes, 9 de febrero de 2010

James Joyce


Desprevención. Un departamento desnudo. Luz perezosa. Un piano largo y negro ataúd de música. Equilibrando el sombrero de una mujer, con flores rojas, un paraguas, plegado en la orilla del piano. Sus brazos: casco, gules y una lanza despuntada en un campo, sable.




Enviado: Ámame, ama mi paraguas.


Fragmento de "Giacomo Joyce"

El Salvador busca un salvador

Para la musa,
para esas palabras dulces
que salieron de esos rojos labios
de forma natura en la naturaleza
Tristian Tzara.
¡Salud!
¡Brindemos por lo que vendrá!
Por el mundial y la buena fortuna,
Por el dinero y los próximos equipos,
Por mi futuro fichaje en equipo europeo,
Por mis negocios fructíferos y
Por trabajar en el mejor de los negocios.

¿Qué es lo que sucede?
¿Dónde está todo?
Los goles y los aplausos
La afición y la fama.
Perdidos se encuentran
Al igual que mi futuro,
Al igual que mis líquidos.

Yo era,
Yo daba,
Yo firmaba,
Libretas, camisas, balones
Y hasta pantalones.
¡Yo anotaba!
¡Yo pasaba!¡Yo driblaba!
¡Yo emocionaba!

Mi nombre era significado de gol

Cambiaba el marcador,
Hacía magia,
¡Hacía jugadas!

Joder, joder, joder,
Joder, joder, joder,
Joder, joder, joder
¡Hacía gol!
¡Era bueno!Y hasta seleccionado nacional.

No sólo ayudaba
¡Salvaba el partido!
Metía goles, Encantaba a la afición
Y ellos me cantaban.

Salvaba partidosY también a la fanaticada.

¿Por qué estoy aquí?
¿Por qué no dormí temprano?¿Por qué no fui a otro lugar?
Tantos motivos por cambiar,
Tanto que rumiar,
Tanto que no hacer, ¡Y que hacer!

Tantas acciones
Que modificar,
Para no llegar a este resultado,
A esta imagen, ¡a este piso!

De la cabaña salí,
Hoy en una mansión habito,
¿Cómo acostumbrarse de nuevo a las cabañas?

Salvé la campaña,
Salvé al equipo,
Salvé a la plantilla,
Y al Director Técnico
También.

¿Hoy quién me salvara?

Yo sólo jugué,
Me divertí,
¡Y cobré!

Me golpearon con hielo,
En el campo perdimos,
La afición de visitante me odia,
Pero hoy las voces se unen.

Joder, joder, joder
¡Hacía gol!
Luchar, debo.
¡El más importante de mis partidos!¡El juego primordial!

En la dimensión, donde soy energía
He escuchado, se sienten,
“Ojala y Dios quiera nos deje un rato más a Cabañas”
Miles y miles piden,
Desean interceder a Dios
Por mi existencia carnal.

Femeninos deseos regios,
Masculinos apoyos.
Energía asexual.

Miles y miles,Conocidos y desconocidos,
Unen sus fuerzas, sus ganas,
Sus deseos,
Energía que pide humildemente.

Miles y miles,
Están afuera,
Velando y apoyándome,
Como cada domingo.

Escucho, siento
A una regia pedir,
Expresiones de dulzura:“Mi Cabañas,Mi Cabañas que Dios te ayude,¡Fuerza Cabañas!”

Luchar, luchar
Debo de dar mi mejor esfuerzo.
De seguir luchando.
Pues juego el más importante partido.
No debo, obtener mal resultado.
La magia debe salir de mí.

Salvé la campaña,
Salvé al equipo,
Salvé a la plantilla,
Y al Director técnico
También.

¿Hoy quien me salvara?

Era salvador,
Soy bueno con el balón.

Era salvador,Y deseo seguir
Siendo Salvador


Jesús Christian Bustos
Monterrey, Nuevo León.

Tempos fugit

En el silencio del cuarto cada beso era perfecto. El reloj marcaba las 18:15, desde el día de ayer que sucedió el accidente no había estado con ella a solas. Un mar de sombras y rostros se arremolinaba a su alrededor cada 15 minutos: manos que estrechaban, manos que apretaban, sonrisas tímidas, palabras huecas; y él solo. Imposible defenderse de cada uno de esos embistes, imposible dominarlos. Así que no le quedó más remedio que sonreír y calmar a esas sombras, asegurarles que todo estaría bien, que se las apañaría sin ellos; el ritual invertido: él les proporcionaba calma y sustento mientras ellos eran los afligidos y desesperanzados.
La volvió a besar, allí, en el lunar que tiene encima de la ceja. La volvió a besar y apartó el tiempo, lo echo atrás, lo hizo desvanecerse.
Vivió un Mayo de hace 10 años en el que el calor había destrozado los sueños de cientos de dueños de cultivo cuyo lamentar era triste pero resignado. Después de todo, esa es la tierra donde habían nacido y donde deberían de morir. Se les veía caminando en el centro, con sus costales de maíz a cuestas; ofreciéndolos al mejor postor “Es todo lo que me dio la tierra” le dijo uno de ellos con unos ojos rojos y llenos de lagañas.
Mayo no fue un buen mes, a finales, como burlándose de la gente, empezó a llover a cantaros… aquellos que habían plantado su maíz con tiempo de retraso y que tenían fe en el temporal de junio se vieron cruelmente desvalijados de esa pequeña esperanza. Fueron las peores lluvias de ese año. El maíz se ahogo sin remedio entre tanto barro.
En todo el pueblo se respiraba un extraño sopor, era como si la naturaleza se encanijara con ellos, dejándolos después a merced de su tristeza. Nadie lo mencionaba pero el pueblo se moría año tras año y ese acto de Dios parecía ser el golpe final.
En ese extraño periodo de muerte la conoció.
- Ese día tuve el valor de hablarte. Ya antes te había visto, te conocía.
- Mmjm
- Todo fue tan rápido, tan repentino… te hable, me correspondiste; nos deslizamos en el tiempo, huimos de él y sin saberlo en algún punto nos enamoramos y tus padres que tanto me odiaban se fueron de espaldas al saber que nos casaríamos. Y entonces trabajamos y ahorramos y nos distanciamos y mis padres me preguntaban por qué no vivíamos juntos, y yo les respondía que no era cuestión de alarma, que estábamos bien. Y tú y yo nos reconocimos como un par de extraños entrañables y el tiempo casi nos alcanzó. Al menos lo intentó, pero lo perdimos ¿recuerdas? en nuestro quinto aniversario; uno marcado por la tristeza. El divorcio latía en mi mente como algo predestinado, como la solución lógica, y entonces la muerte del abuelo; el abuelo que tanto nos quiso a ambos dio su último suspiro en mis brazos mientras tú conducías nuestro Ford 68 a toda velocidad por las angostas calles del centro. Cuando llegamos al hospital él ya tenía 15 minutos de muerto. Me abrazaste y meciste, y la palabra divorcio desapareció. El último regalo del abuelo. Y te besé aquí, en el único lugar donde a veces el tiempo aún no es bienvenido, justo encima de tu ceja. De eso ya cinco años…

La enfermera irrumpió en la habitación y le lanzó una mirada que indicaba que no debía estar allí; observó el reloj… las 18:20, cinco años resumidos en cinco minutos. El tiempo sin duda se burlaba de ellos; por fin los había alcanzado.
- Te veré mañana.
Habían burlado al tiempo, pero una fría mañana de enero los alcanzó, los embistió. S… caminaba rumbo a la farmacia del parque plan de Ayala; cubierta con su gran anorak, quizá demasiado grande, era imposible distinguir su felicidad. Desde hace tres semanas que su periodo se había retrasado y corría presurosa por una prueba de embarazo. Quienes, media hora más tarde, la llevaron al hospital dijeron que se desplomó de repente, como alcanzada por un rayo; un cuerpo inerte, “espíritu expulsado de la carne” dijo un hombre con más arrugas de las que le correspondía a su rostro moreno de 55 años.
La verdad, pensaba él, es que el tiempo se había cobrado caro el desprecio del que había sido objeto durante largos diez años. “Te veré mañana” se convirtió en un ritual, los días y los meses se aglutinaban sin ocultar su odio hacia ellos, hacia S…, sobre todo hacia ella. Primero fue el aborto obligado, era imposible salvar un ser de apenas un mes; después los músculos atrofiados; y con ello las llagas que reptaron de cada una de las extremidades hasta su espalda. Y entonces regresó, apenas una sombra, una caricatura; pero lo suficiente de ella para encontrar en sus ojos el amor que había burlado al tiempo.
- Mjm, O…
- S…, No hables, todo está bien, estoy aquí a tu lado.
- No siento mi cuerpo… ¿Donde estoy?
- Estás en el hospital, tuviste un derrame cerebral, el doctor dice que has evolucionado favorablemente- Pero él sabia que era una mentira, el doctor le había advertido de un último momento de lucidez antes del fin. Antes de que el tiempo la envolviera y se la llevará allá, en la eternidad. “¿Cuánto tiempo doctor?, ¿Cuánto antes del fin? No podría asegurarle nada señor C…; bien podría ser justo después de recobrar el sentido, bien podría caer en un coma largo. Lo lamento”.
- No, no puedo mentirte. Lamentablemente S… eres del 15 % de las personas que sufren derrame cerebral irreversible…

La voz se le quiebra. La angustia del adiós después de 10 años, con sus altas y bajas, junto a ella lo ahoga, lo viola, lo sofoca. Ella lo mira con esa mirada que acarreaba recuerdos de, de risas, de platicas, de sexo, de amistad, de cariño; de amor; recuerdos más allá de los cinco tristes primeros años de su vida marital, más allá de los últimos resignados cinco. Al final esa mirada le comunica que estar a su lado fue lo mejor de su vida.

- Estar a tu lado, fue lo más bello de mi vida, no llores; veme… estoy aquí, contigo, abrázame… y escúchame. Moriré, moriré y quiero saber cómo, no… quiero saberlo, dímelo. Así… ¿Así que este es mi periodo de lucidez? Recuerdas, ¿recuerdas a Rob?

Lo recordaba, un viejo pastor alemán que estuvo a su lado por ocho años, ocho años hasta que, después de una pelea perdió un ojo. Se escondía de ellos, llevarlo al veterinario era casi imposible, se le curo lo mejor que se pudo pero el médico les advirtió que una herida de ese tipo implicaba muerte casi segura. Ellos, rebeldes del tiempo, negaron esta advertencia; pero el tiempo llegó y anido en el ojo de Rob, poco a poco repto al cerebro, y entonces sus extremidades dejaron de funcionar, su capacidad para retener el vientre y la vejiga cesó y, antes de que el tiempo se hiciera con él, O… lo liberó con un balazo de su calibre 22…

- No, no lo haré S…
- No dejes que lo último que recuerdes de mí sea un cuerpo inerte, no dejes que mi adiós sea el silencio…

No tenía una respuesta para tal petición, la idea de perderla lo abrumaba, pero la idea de perderla en un largo adiós lo hacia desgraciado. ¿Quién era él para tomar la vida de su amada en sus manos? Y entonces ella, conociéndolo como lo conocía, tomó una de las manos temblorosas de O… entre las suyas, y susurró:

- No dejes que el tiempo me arrebate la dicha de decirte adiós, de irme en paz …

Diez años, cinco y cinco, semifelicidad y resignación, ¿Qué eran diez años? Al principio la promesa de eternidad, después el arrebato de las peleas que no llevaban a ningún lado, después la apacible apatía que los mantenía juntos, seres que se revolvían en una casa muy grande para ellos, se escondían, se aislaban, se evitaban; y entonces, en la noche, en su cama, se reconocían y en los ojos del uno y del otro encontraban aquel destello que los ayudo a huir del tiempo, y en ese momento, en esa cama demasiado grande, en ese momento se reconocían como eternos, como unidos y predestinados y lo sabían y se sonreían y…
La besó allí, allí donde los besos son perfectos y ella sonrió y lo besó en la punta de la nariz, allí donde los besos son perfectos, también.
-Te veré mañana

“Ha caído en coma, lo lamento señor C…” Allí estaba él, frente a un cuerpo que contenía prisionera a su esposa; las manos le temblaban, un sudor frío le corría por toda la espalda, pidió a la enfermera que lo dejara a solas y ésta así lo hizo. Le acarició la frente, dibujó con sus dedos cada uno de los contornos que había aprendido a querer. No emitió ni una palabra, no las necesitaba, ayer fue la despedida real. Sacó de uno de sus bolsillos una inyección en la que había 20 cc de aire; desconecto el respirador artificial y le inyectó la yugular. S…, no sufrió, el infarto fue fulminante. El reloj se detuvo a las 18:30 de un día cualquiera de verano.

"M serin"
Morelos, México

miércoles, 3 de febrero de 2010

Sin título----> Título opcional: Crónica de un iluso. (Atte. MG)

Despierto, abro los ojos, veo el reloj, digo groserías, me levanto, voy al baño, voy a la cocina, voy a mi habitación, prendo la tele, desayuno, me visto, salgo corriendo, olvido la cámara, regreso corriendo, salgo corriendo más rápido, espero en la estación del autobús, veo el reloj, el cierre del pantalón se baja por si solo, lo subo, me sonrojo, llega el autobús, se para, abre la puerta, espero a que pasen los demás, subo al final, cierra la puerta sobre mi mochila, reviso la cámara, pago el pasaje, tomo mi lugar, le cedo mi lugar a la señora de la tienda, te veo, me ves, sonrío, sonríes, regreso la mirada a la ventana, leo un comercial, veo un local de comida casera, regreso la mirada hacia ti, me ves, ya no sonríes, volteas la mirada a la ventana, sonríes, regreso la mirada a la señora de la tienda, dice algo, digo algo, repite lo que dijo, repito lo que dije mientras te veo, me ves a los ojos y después ves hacia mi cintura, sonríes, sonrío, pienso en nosotros, pienso en el día que te digo que te amo, imagino el olor de las flores y de tu perfume, imagino la sensación de tus caricias sobre mis cicatrices, te veo rodeada de familiares con un anillo en tu dedo, nos veo sentados en un palco escuchando a Ravel, hago caras mentales de tus padres y tus hermanas y hermanos, nos veo acostados en el pasto de un campo verde y fresco, nos veo viejos sonriendo hacia el atardecer de nuestras vidas, regreso a la realidad, te paras de tu asiento, sigues sonriendo, presionas el botón, apuntas con tu dedo hacia el cierre de mi pantalón, el cierre volvió a bajar por si solo, me sonrojo, se desvanece el sueño, regreso la mirada con la señora de la tienda.

"gEEEERa"
Guadalajara, Jalisco, México.

The Beatles


Porque… ¿Sí?, anda dime, ¿Por qué los Beatles son tan entrañables, tan inolvidables, tan ellos? Porque, porque son el mejor grupo de la historia. En aquel entonces no notaba el absurdo de la respuesta, me bastaba, me llenaba porque era mi padre quien me lo decía, ese hombre no podría mentirme. Y de hecho no lo hizo. Pero hoy en día la respuesta no me satisface, y ya no son sólo los Beatles a quienes considero el “mejor grupo de la historia”, tal etiqueta es tan subjetiva que fácilmente entran en ella tantos grupos como tornadizo es el gusto del público. En mi opinión los Pink Floyd son dueños legítimos de tal trono; pero vamos, hay algo en el cuarteto de Liverpool que imposibilita toda negación de su genio.
¿Pero qué es ese algo? Es algo emparentado a todos los músicos de su generación, eso es obvio, cuando uno escucha una canción de las décadas de los 60´s y 70´s no puede evitar una sonrisa y asentir; sabe que lo que escucha es arte por el arte, no hay, o sí lo hay es poquísimo, nada de banal en esas tonadas y letras, aún las más ridículas cumplen con la función designada: hacer sentir algo, están pensadas para un receptor; hay un mensaje y por tanto un emisor. Hoy el mensaje es lo de menos, el emisor puede ser cualquiera que pueda cantar un par de buenas notas; lo supremo, lo importante, es el receptor, es lo Kitsch en su máxima expresión: produce en masa y sacia gustos, o mejor dicho, inventa gustos. No ignoro que hoy en día contamos con músicos dedicados, pero, vaya, cada vez son menos y son los grandes consolidados del ayer…
Así, los emisores son los que ostentan, a mi parecer, el titulo de grandes músicos, su producto, porque al final no deja de ser eso, es uno de calidad; son dueños y maestros de su oficio, son artesanos en el estricto sentido platónico.
Podría decirse, entonces, que lo que hace grandes a los músicos es que son cabales con su oficio. He aquí que aparece una diferencia importante entre los demás músicos y los Beatles: ser cabal con el oficio implica ser leal a éste, implica dedicación, implica perfeccionar una y otra vez la técnica hasta que el producto final sea tanto del agrado del artesano como del consumidor. Una retroalimentación poco vista hoy en día. Pero no desviemos hebra: Escucha a Janis Joplin, a Jim Morrison, a Jimi Hendrix todos sabedores de su arte, ¿Qué escuchas? Yo no escucho músicos, por cierto, escucho almas atormentadas que encuentran en la música una forma de expresar su dolor, sus escasas alegrías, su inconformidad…Para ellos, y tantos otros, la música era una herramienta no su fin último. Para los Beatles la música debía ser per se. Y sus discos son la prueba de ello, una constante y, sin exageración, exponencial evolución de su arte.
Esto no es gratuito, ni mucho menos mágico; se requiere una rígida autoevaluación de uno mismo, un acercarse al otro que fui para saber quién soy y quien pretendo ser. Y los Beatles fueron expertos en este rubro: Ayer escuchaba A day in the Life, la letra sin duda tiene un mundo de diferencia con la de I want to hold your hand, pero sin ésta no hubiese jamás existido aquélla. Y ellos lo sabían y lo aceptaban gustosos, adviértase sino la portada del albúm Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band: ¿quién se encuentra a la izquierda de los Beatles? Ni más ni menos que ellos mismos; claro, como figuras de cera, como recuerdos de un pasado que los definió y los hizo ser. Ellos mismos en algún momento declararon que todo el collage de personajes que aparecían en tal portada eran, muchos de ellos, sus héroes. Así, ellos mismos admitían que se tenían por sus propios héroes, por haber triunfado y evolucionado en una industria donde mucha de las veces el lema principal es “si no está roto y funciona, ¿para qué cambiarlo?”.
Lo que hizo grandes e inmortales a John, Paul, George y Ringo fue esa actitud fresca de auto invención sin jamás traicionar su pasado… Estoy seguro que aunque muchos tengamos un “mejor grupo de la historia” favorito , los Beatles estarán a la zaga por muy poca diferencia.

"M serin"
Morelos, México

lunes, 1 de febrero de 2010

Agua y Jabón




El señor Román Esmerado contaba con un armario repleto de camisas que jamás habían visto la luz del exterior; probablemente sólo tenían memoria de cuando formaron parte del inventario de alguna tienda departamental o bodega. Tal vez, de uno entre los 65 cumpleaños en el que Don Román las recibía entre sus brazos y modelaba con galanteo a sus familiares y amigos la prenda, que exclusivamente sería tocada por los ojos humanos esa milagrosa vez.
Los amigos le preguntaban a Don Román por aquellos regalos que tanto esmero y dinero (sí, sobre todo dinero) costaron. ¿Donde esta la bonita camisa de rayas azules que te regalé?, era la pregunta que todo conocido del señor Esmerado tenía la obligación de reproducir entre el meollo de cogitaciones. ¿Porque siempre traes esa playera rosa? era parte del repertorio de sus familiares. Las respuestas merecían asomarse junto a los enigmas oscuros y sorprendentes de la historia universal.
Y ocurrió lo impensable, Don Román iluminó a la señora Pastora con la respuesta más buscada durante 65 años.
- Román, ¿qué no le gustó la camisa amarilla que le regalé?
- ¡Ay, Pastora! Pasa que tengo un gran problema.
- No me diga que se la robaron.
- Nada de eso, verá...no encuentro detergente para lavarla.

¿Qué?... ¡No encuentro detergente para lavarla! Una brizna comparada con un elefante, la luna, el sol, la vía láctea o hasta el universo. Bueno, exageré, tampoco hay que comparar la inmensidad con lo pasajero. “En la etiqueta vienen las indicaciones”
Don Román entró a su casa conmocionado por la respuesta tan directa de la señora Pastora. No porque fuera algo que no formara parte de los conocimientos básicos de todo Homo Sapiens Sapiens, por algo Neardenthal no es. Si las instrucciones vinieran en todas las etiquetas de las camisetas, no tendría ciento veinte prendas hacinadas en su guardarropa.
Anselmito, un loro cabeza amarilla; fiel compañero del señor Esmerado, miraba a su dueño con bondad. La preocupación deformaba el rostro de Don Román y él no podía estar ahí detenido sin decir palabra alguna. Una de las características de los loros cabeza amarilla es la fama de buenos habladores, la misma naturaleza le pedía que ilusionara a su amo. “AGUA Y JABÓN”. Don Román giraba su ansioso rostro a la jaula de Anselmito. ¿Qué has dicho? “AGUA Y JABÓN” repitió el loro. Román Esmerado en la vida enseñó a su loro cabeza amarilla esa frase. ¿Cómo era posible? “AGUA Y JABÓN” otra ves las mismas palabras del pico de Anselmito. Y para rematar guiñó el ojo derecho. Así es, el loro cabeza amarilla, un pájaro que no mide más de 40 cm había dado la sentencia final. “Sabiduría de loro”, caviló Don Román. Debía tener razón, pues es bien sabido que los seres pequeños son grandes expertos. Al menos Doña Pastora siempre predica esa letanía.
Don Román Esmerado ya podía abandonar el Malvestiti, su segundo apellido, y ahora vestirse con las ciento veinte camisas aún sin estrenar que permanecían guardadas como si fueran parte del tesoro de un pirata. Lo único que le preocupaba ahora, era como le haría para almidonar tantas camisas.

"Almandarina"
Mérida, México

Tomás Eloy Martínez (16 de julio de 1934 - 31 de enero de 2010)


Todo relato es, por definición, infiel. La realidad, como ya dije, no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo.

Al principio yo pensaba: cuando junte los pedacitos de lo que una vez transcribí, cuando me resuciten los monólogos del peluquero, tendré la historia. La tuve, pero era letra muerta. [...]


Fragmento de Santa Evita
Descanse en Paz

Al igual que cada año

Me levanté silenciosamente de mi camita. Si mis padres llegaban a oírme todo se echaría a perder porque, por más que viviésemos un pueblo muy tranquilo, me imagino que no les hubiese agradado verme a salir de la casa en la madrugada, ya que yo apenas contaba con 8 años. No es que yo fuese una niña mala y me gustara desafiar la autoridad de mis padres, pero debía ver a mi amigo Ted, quién, como cada Halloween, paseaba conmigo hasta el lago cercano a mi casa. Él me había hecho prometer que cada año recorreríamos ese sendero juntos y, como era mi mejor amigo, yo no faltaba a mi palabra.
Me puse el primer abrigo que encontré, y salí por el corredorcito que comunicaba mi cuarto y el de mis padres, con la cocina. Al pasar al lado de la pieza de ellos, me detuve un momento para verificar que no me hubiesen oído, pero como siempre desde hacía dos años, cuando mis escapadas habían empezado, ellos dormían profundamente. Estaban exentos de cualquier preocupación.
Atravesé la cocina en un santiamén. He de aclarar que dudé unos momentos frente a la puertecita que daba al jardín, ya que, la verdad sea dicha: nunca me habían agradado esos paseos nocturnos, porque era una niña asustadiza...aunque, también, bastante inconsciente.
Suspiré resignada y, al fin, abrí la puerta.
Ted ya estaba en el patio. Llevaba el mismo disfraz de hacía dos años, aunque ahora estaba un poco más gastado. Consistía en un trajecito blanco y negro, y una capa larga; lo que sugería que la idea del chico era parecer ‘Drácula’. Ted estaba pálido, y su cabello y ojos negros lo resaltaban de tal manera, que era difícil pensar en un disfraz más acertado que ese.
Le sonreí y lo saludé con la mano. Cuando caminé hasta su lado noté que estaba descalzo, con sus blancos piececitos sobre la tierra; rasguñados y magullados.
-¿No tienes frío?
-No – dijo él- ¿Vamos ya? – agregó y, sin esperar a que yo respondiese, se dio vuelta y encaro el camino que salía del patio de mi casa hacia las calles de tierra del humilde pueblecito.
Yo le seguí.
Mientras caminábamos, uno al lado del otro, pero separados más o menos por un metro de distancia, yo noté lo desierto y frío que estaba todo. No había ni un alma fuera de sus casas. Solo yo y Ted. Por más que agudicé mi oído no pude oír ningún animal u insecto moverse, solo el aullido del viento, pero hasta eso me pareció sonar lejano e irreal. Era como si el tiempo se hubiese detenido a nuestro alrededor.
-¿Por qué en Halloween? – le pregunté, de repente. Él estaba mirando hacía el lado opuesto, así que entonces volvió su carita pálida y algo magullada hacía mí, y exclamó:
-¡¿Qué, tienes miedo!? – lo dijo con una voz y sonrisa picaras, pero la alegría no parecía llegarle a los ojos.
-No, –mentí- es solo que me preguntó porque esta fecha en especial.
-Es la apropiada... –luego comentó, mirándome con ojos incrédulos:- ¡Has crecido!
Era verdad, yo había crecido bastante y ya le llevaba casi una cabeza y media de altura.
-Si, –asentí- mamá dice que me estoy convirtiendo en una hermosa damita. –agregue, orgullosa-
-Y es cierto –concordó Ted. Luego calló unos segundos. Ya estábamos bastante cerca del lago y él empezó a caminar más lento: – Serás una hermosa dama. –concluyó, con una seriedad al hablar, poco creíble en un niño tan pequeño.
Cuando llegamos frente al laguito, él se dio vuelta hacia mi, yo hacia él, y ambos nos miramos unos instantes, en silencio. Yo no quería hablar, porque estaba segura que rompería a llorar en cualquier momento.
-Bien, Beth, nos veremos el próximo año ¿Cierto? – me preguntó, acercándose más a mi. Yo asentí, segura de que las molestas lágrimas ya estaban bajando por mis mejillas.- ¿Me lo prometes? – insistió-
-Lo prometo, Ted. –Dije yo, secándome las lagrimas con las mangas de mi camisón y mi abrigo-
-Beth... si las cosas hubiesen sido diferentes, ¿Te habrías casado conmigo al crecer? – inquirió el niño frente a mi, y su voz sonó tan lejana que yo estuve segura que no nos quedaba mucho tiempo...
Así que lo abracé. Lo abracé pese a lo helado que estaba su cuerpecito; pese a mi impresión de que podría mancharme con la sangre de sus heridas, las heridas que las rocas le habían provocado; pese a todo... Lo abracé y el me abrazó, y entre llanto logré susurrar:
-¡Por supuesto que si, Ted!

Luego de unos segundos, ambos nos apartamos y, él, con la mirada perdida y apagada que tuviese desde hace dos años, se dio la vuelta y empezó a caminar rumbo al lago, mientras yo me quedaba observándolo.
Cuando sus piecitos descalzos tocaron el agua, Ted hizo una especie de gesto con el brazo despidiéndose, y gritó: “¡Feliz Halloween, Beth, te veré dentro de un año!”. Luego rió, con esa risa dulce de niño de eternos seis años. Él no crecería ya, pero al menos podría verme crecer, podría estar conmigo. Aunque fuesen sólo unos minutos; una noche al año.
Entonces, poco a poco, se adentró en el laguito. El lago en el que había nadado y del que no había podido salir, aquella noche, hacía dos años ya, cuando yo también tenía seis.

Mariluna Irigoyen
"...¿Plutón?..."