Hace algunas semanas recibí la visita de un amigo que hacía tiempo no sentía, claro que de vez en cuando llegaban noticias suyas, uno que otro rumor que al poco tiempo se desmentía o confirmaba.
Ahora que estuvo aquí me hablo de muchas cosas, de sus viajes en Sudamérica, de los meses en Europa; yo le conté de mis trabajos, de mi familia, de mis otros amigos, de cómo me va con mis padres, de mis preocupaciones y de mis anhelos.
Él, como siempre, escuchó paciente y atento, de repente soltaba una carcajada inevitable o una risa simulada pero comprensiva. En otras ocasiones me gritaba celebrando mis aciertos y siempre me miraba marcando mis errores y con una palmada en la espalda me ayudaba a corregirlos.
Hacía tiempo que no lo escuchaba, que no lo sentía como en estas semanas pasadas. Temprano por la mañana, mientras preparaba el desayuno me contaba de su viaje de la noche anterior que apenas había terminado.
Me deleitaba sentir su frescura en mis mejillas y también como acariciaba mi cabello.
Cuando por la noche, después del trabajo volvía a casa caminando me acompañaba todo el trayecto y platicábamos de cómo había estado la jornada. Él siempre dando recomendaciones, sugerencias de que debería cuidarme mejor, que debería cambiar de trabajo, que ya le presentara a mi novia, si es que ya tenía una, etcétera.
También me invitaba a dar la vuelta por la noche corriendo con él, yo en el auto, y él a mi lado y detrás, a veces rebasándome y otras dejándome tomar la ventaja. Cuando estaba yo muy cansado sólo me acompañaba a casa para poder cenar y al acostarme se quedaba a mi lado para contarme al oído las historias más fantásticas que alguien pudiese imaginar. Ya tarde por la noche y yo estando dormido, las susurraba por debajo de la puerta o por la rendija de la ventana entreabierta. Me contaba todas esas historias ocultas y desconocidas de la humanidad, esas que de haberlas contado a otro ser humano no habría entendido; y habrían causado sobresalto y terror por las noches. Pero no es así en mi caso, a mí me gusta que me diga al oído todo eso que él sabe, todo eso de lo que se entera en sus viajes por el mundo, y claro, he de admitir que hay historias que no entiendo del todo pero aun así me gusta que me las cuente.
Cuando yo le cuento como me siento él siempre me empuja hacia donde debo ir y me muestra lo que debo hacer, o me frena cuando siente que me estoy equivocando de ruta. Siempre me dice cosas que me ayudan a ordenar mis ideas, cosas que me ayudan a relajarme, que me tranquilizan.
Sé que hay gente que no le hace caso, me lo ha dicho, otros no conocen su poder o más bien no lo toman en cuenta. Pero yo lo he visto y no le tengo miedo. Me gusta tener un amigo tan poderoso…
A mí me gusta sentir el viento, el poder del viento.
"Giac"México,
D.F.
mail de contacto: jjfgyc@hotmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario