En el silencio del cuarto cada beso era perfecto. El reloj marcaba las 18:15, desde el día de ayer que sucedió el accidente no había estado con ella a solas. Un mar de sombras y rostros se arremolinaba a su alrededor cada 15 minutos: manos que estrechaban, manos que apretaban, sonrisas tímidas, palabras huecas; y él solo. Imposible defenderse de cada uno de esos embistes, imposible dominarlos. Así que no le quedó más remedio que sonreír y calmar a esas sombras, asegurarles que todo estaría bien, que se las apañaría sin ellos; el ritual invertido: él les proporcionaba calma y sustento mientras ellos eran los afligidos y desesperanzados.
La volvió a besar, allí, en el lunar que tiene encima de la ceja. La volvió a besar y apartó el tiempo, lo echo atrás, lo hizo desvanecerse.
Vivió un Mayo de hace 10 años en el que el calor había destrozado los sueños de cientos de dueños de cultivo cuyo lamentar era triste pero resignado. Después de todo, esa es la tierra donde habían nacido y donde deberían de morir. Se les veía caminando en el centro, con sus costales de maíz a cuestas; ofreciéndolos al mejor postor “Es todo lo que me dio la tierra” le dijo uno de ellos con unos ojos rojos y llenos de lagañas.
Mayo no fue un buen mes, a finales, como burlándose de la gente, empezó a llover a cantaros… aquellos que habían plantado su maíz con tiempo de retraso y que tenían fe en el temporal de junio se vieron cruelmente desvalijados de esa pequeña esperanza. Fueron las peores lluvias de ese año. El maíz se ahogo sin remedio entre tanto barro.
En todo el pueblo se respiraba un extraño sopor, era como si la naturaleza se encanijara con ellos, dejándolos después a merced de su tristeza. Nadie lo mencionaba pero el pueblo se moría año tras año y ese acto de Dios parecía ser el golpe final.
En ese extraño periodo de muerte la conoció.
- Ese día tuve el valor de hablarte. Ya antes te había visto, te conocía.
- Mmjm
- Todo fue tan rápido, tan repentino… te hable, me correspondiste; nos deslizamos en el tiempo, huimos de él y sin saberlo en algún punto nos enamoramos y tus padres que tanto me odiaban se fueron de espaldas al saber que nos casaríamos. Y entonces trabajamos y ahorramos y nos distanciamos y mis padres me preguntaban por qué no vivíamos juntos, y yo les respondía que no era cuestión de alarma, que estábamos bien. Y tú y yo nos reconocimos como un par de extraños entrañables y el tiempo casi nos alcanzó. Al menos lo intentó, pero lo perdimos ¿recuerdas? en nuestro quinto aniversario; uno marcado por la tristeza. El divorcio latía en mi mente como algo predestinado, como la solución lógica, y entonces la muerte del abuelo; el abuelo que tanto nos quiso a ambos dio su último suspiro en mis brazos mientras tú conducías nuestro Ford 68 a toda velocidad por las angostas calles del centro. Cuando llegamos al hospital él ya tenía 15 minutos de muerto. Me abrazaste y meciste, y la palabra divorcio desapareció. El último regalo del abuelo. Y te besé aquí, en el único lugar donde a veces el tiempo aún no es bienvenido, justo encima de tu ceja. De eso ya cinco años…
La enfermera irrumpió en la habitación y le lanzó una mirada que indicaba que no debía estar allí; observó el reloj… las 18:20, cinco años resumidos en cinco minutos. El tiempo sin duda se burlaba de ellos; por fin los había alcanzado.
- Te veré mañana.
Habían burlado al tiempo, pero una fría mañana de enero los alcanzó, los embistió. S… caminaba rumbo a la farmacia del parque plan de Ayala; cubierta con su gran anorak, quizá demasiado grande, era imposible distinguir su felicidad. Desde hace tres semanas que su periodo se había retrasado y corría presurosa por una prueba de embarazo. Quienes, media hora más tarde, la llevaron al hospital dijeron que se desplomó de repente, como alcanzada por un rayo; un cuerpo inerte, “espíritu expulsado de la carne” dijo un hombre con más arrugas de las que le correspondía a su rostro moreno de 55 años.
La verdad, pensaba él, es que el tiempo se había cobrado caro el desprecio del que había sido objeto durante largos diez años. “Te veré mañana” se convirtió en un ritual, los días y los meses se aglutinaban sin ocultar su odio hacia ellos, hacia S…, sobre todo hacia ella. Primero fue el aborto obligado, era imposible salvar un ser de apenas un mes; después los músculos atrofiados; y con ello las llagas que reptaron de cada una de las extremidades hasta su espalda. Y entonces regresó, apenas una sombra, una caricatura; pero lo suficiente de ella para encontrar en sus ojos el amor que había burlado al tiempo.
- Mjm, O…
- S…, No hables, todo está bien, estoy aquí a tu lado.
- No siento mi cuerpo… ¿Donde estoy?
- Estás en el hospital, tuviste un derrame cerebral, el doctor dice que has evolucionado favorablemente- Pero él sabia que era una mentira, el doctor le había advertido de un último momento de lucidez antes del fin. Antes de que el tiempo la envolviera y se la llevará allá, en la eternidad. “¿Cuánto tiempo doctor?, ¿Cuánto antes del fin? No podría asegurarle nada señor C…; bien podría ser justo después de recobrar el sentido, bien podría caer en un coma largo. Lo lamento”.
- No, no puedo mentirte. Lamentablemente S… eres del 15 % de las personas que sufren derrame cerebral irreversible…
La voz se le quiebra. La angustia del adiós después de 10 años, con sus altas y bajas, junto a ella lo ahoga, lo viola, lo sofoca. Ella lo mira con esa mirada que acarreaba recuerdos de, de risas, de platicas, de sexo, de amistad, de cariño; de amor; recuerdos más allá de los cinco tristes primeros años de su vida marital, más allá de los últimos resignados cinco. Al final esa mirada le comunica que estar a su lado fue lo mejor de su vida.
- Estar a tu lado, fue lo más bello de mi vida, no llores; veme… estoy aquí, contigo, abrázame… y escúchame. Moriré, moriré y quiero saber cómo, no… quiero saberlo, dímelo. Así… ¿Así que este es mi periodo de lucidez? Recuerdas, ¿recuerdas a Rob?
Lo recordaba, un viejo pastor alemán que estuvo a su lado por ocho años, ocho años hasta que, después de una pelea perdió un ojo. Se escondía de ellos, llevarlo al veterinario era casi imposible, se le curo lo mejor que se pudo pero el médico les advirtió que una herida de ese tipo implicaba muerte casi segura. Ellos, rebeldes del tiempo, negaron esta advertencia; pero el tiempo llegó y anido en el ojo de Rob, poco a poco repto al cerebro, y entonces sus extremidades dejaron de funcionar, su capacidad para retener el vientre y la vejiga cesó y, antes de que el tiempo se hiciera con él, O… lo liberó con un balazo de su calibre 22…
- No, no lo haré S…
- No dejes que lo último que recuerdes de mí sea un cuerpo inerte, no dejes que mi adiós sea el silencio…
No tenía una respuesta para tal petición, la idea de perderla lo abrumaba, pero la idea de perderla en un largo adiós lo hacia desgraciado. ¿Quién era él para tomar la vida de su amada en sus manos? Y entonces ella, conociéndolo como lo conocía, tomó una de las manos temblorosas de O… entre las suyas, y susurró:
- No dejes que el tiempo me arrebate la dicha de decirte adiós, de irme en paz …
Diez años, cinco y cinco, semifelicidad y resignación, ¿Qué eran diez años? Al principio la promesa de eternidad, después el arrebato de las peleas que no llevaban a ningún lado, después la apacible apatía que los mantenía juntos, seres que se revolvían en una casa muy grande para ellos, se escondían, se aislaban, se evitaban; y entonces, en la noche, en su cama, se reconocían y en los ojos del uno y del otro encontraban aquel destello que los ayudo a huir del tiempo, y en ese momento, en esa cama demasiado grande, en ese momento se reconocían como eternos, como unidos y predestinados y lo sabían y se sonreían y…
La besó allí, allí donde los besos son perfectos y ella sonrió y lo besó en la punta de la nariz, allí donde los besos son perfectos, también.
-Te veré mañana
“Ha caído en coma, lo lamento señor C…” Allí estaba él, frente a un cuerpo que contenía prisionera a su esposa; las manos le temblaban, un sudor frío le corría por toda la espalda, pidió a la enfermera que lo dejara a solas y ésta así lo hizo. Le acarició la frente, dibujó con sus dedos cada uno de los contornos que había aprendido a querer. No emitió ni una palabra, no las necesitaba, ayer fue la despedida real. Sacó de uno de sus bolsillos una inyección en la que había 20 cc de aire; desconecto el respirador artificial y le inyectó la yugular. S…, no sufrió, el infarto fue fulminante. El reloj se detuvo a las 18:30 de un día cualquiera de verano.
"M serin"
Morelos, México