viernes, 22 de enero de 2010

(Sín título) Continuación... parte 2

Estela no había sido la primera excéntrica de la familia que se había incorporado a una lucha social por culpa de un arranque “cuasialturista”. Su abuelo Miguel formó parte de las filas revolucionarias cuando no pudo criar gallinas que pusieran huevos de oro como en los cuentos populares occidentales. Por más especies de aves que cruzó y experimentos faltos de conocimiento científico; en absoluto logró su propósito. “Juro unirme a las fuerzas de Villa si esta gallina no pone huevos de oro”; fue la última sentencia que pronunció antes de abandonar a su esposa Amelia para cambiarla por un fusil. La pobre mujer lloró una semana completa por la desgracia que caía como tormenta en su hogar. No tenía dinero y sus siete hijos se morían de hambre, lo único que la salvó de la inanición fue el peral que crecía a unos pasos de la casa. Logró subsistir; pero sólo dos de los pequeños sobrevivieron, Ramona y Humberto.
Su desgracia aumentó cuando llegaron noticias de su marido y sus recientes mujeres. Tenía dos en Nuevo León, una en Veracruz y otra en Tamaulipas, pero ella seguía siendo su legítima esposa. Una mañana Amelia despertó decidida a enterrar el recuerdo de su marido, estrujó a sus dos hijos entre sus brazos y tomó con ellos un tren rumbo a Puebla. Se instaló en Tehuacán en la casa de su tía Nuria, una viuda que vivía de la herencia de su esposo. La tía Nuria dejó que Amelia ubicara en el piso de abajo una pastelería que durante muchos años se encargo de proporcionarle al país los mejores postres. Había días en que un olor a avellana invadía los pasillos, otras veces eran fresas, pero el olor que más le gustaba a Ramona emanaba del chocolate. La pastelería de Amelia era conocida en todo el centro de México, gente desde otros estados le hacía encargos y le pagaban una cantidad bastante considerable, especialmente por su postre de chocolate.

Cuando Carranza se convirtió en el nuevo presidente de México, Amelia ya había juntado una gran cantidad de dinero. Tenía pastelerías dispersas por todo Puebla, aunque la central seguía estando en Tehuacan, donde ella vivía. Un viernes, mientras decoraba un pastel de tres leches, con merengue blanco, un hombre vestido de traje militar color gris cubierto de botones y emblemas dorados se detuvo en el aparador y solo pudo dejar salir la palabra: “Regresé”. Amelia lo miró, era el comandante Miguel “Dorado”, ese mismo hombre que hace tanto tiempo dejo a sus hijos morir de hambre en una casita frente al peral. Los ojos de Amelia se encendieron como si todo un bosque estuviera ardiendo en llamas, entonces tomó el pastel de tres leches y lo lanzó contra el pecho del comandante, luego sujetó una bolsa de harina y la reventó en la cara de su marido, lo mismo hizo con todo lo que encontraba a su pasó; la repostería parecía estar invadida por objetos que volaban de un lado a otro, ollas, mazos, fresas, chocolates, limones. Cuando Amelia se detuvo fue porque ya no había algo más que aventar.

-¿Pero mujer, porque me tratas así?
-Por tus estúpidas gallinas, por dejarnos a mí y a tus hijos morir de hambre, por cambiarme por no se cuanta mujer...
-Si vieras lo mal que me siento Ame, me perdonarías. Estoy muy solo. Tú eres mi panacea.
-¡Lástima!, ¡Eso lo hubieras pensado antes de ir tras Villa!

"Almandarina"
Mérida, Yucatán.

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