Pero el cenicero puede ser en muchas partes –pensó- . Solo un montón de puchos a medio terminar, se dijo mientras dejaba caer la ceniza del cigarro en cualquier parte. En la habitación has construido muchos de ellos, como pequeños hormigueros regados por diez o quince pies a la redonda, bastiones de esas tus hormigas, las que hoy se retiraron a descansar.
Y no hay veneno…
Y no hay veneno…
¡Una, dos, tres cucharadas!
Cierras el tapón.
¡Que la máquina empiece a funcionar!
¿Habrán de morir todas ellas?
Hormigas fénix
Que de sus cenizas
De su exterminio
De:
¡La mano de Dios!
Escapado han.
Y te vendrán a buscar
Y te van a comer
Sabes bien que entraran por algún lugar
Traspasarán los poros de tu piel
Correrán a por la boca
Las fosas nasales.
Les sentirás por los oídos
Como un zumbido de marcha marcial
De los millones de ellas
Caminándote
Inevitablemente
Invadiéndote
Transportándose por las autopistas internas
Esas llamadas venas y arterias
Si, serán tú.
La noche era fría, según le informaron en esa llamada telefónica, pero la verdad es que de esas cosas ya no se enteraba, solo hasta que la muerte de las extremidades se lo recordaba, y le eran indiferentes esos estados que la gente llamaba “frío” o “calor”, ahora mismo se quitaba la playera como si el verano quemara su espalda. Un par de botellas de tinto chocaron al mover el pie derecho que se empezaba a entumir con el sopor de las horas tiradas en la inconsciencia de aquel sillón viejo y un nuevo montón de colillas apilándose a más, formando un nuevo montículo hormiguero, se hallaba a su derecha mientras otro pequeño volcancito nacía atrincherándolo cada vez mas.
Y así, la luz perdida de algún automóvil madrugador le reveló por un instante la escena de la que era parte, un frío le recorrió la espalda mientras reconocía con terror el sitio del que era víctima, pronto caería el asalto sobre él, una vez más habrían de invadirlo los millones de soldados himenópteros, una vez mas lo conquistarían y con un poco de suerte (para ellas, claro) le invadirían hasta quince años. Podía sentir ya su correr por desde sus adentros, conquistando poco a poco estratégicamente ese campo de batalla orgánico que a no ser por la conciencia era prácticamente indefenso. Ahora sabía bien lo que le habría de ocurrir, sabía lo que venía hacia él, sabía del poder de la Reina, sabía terminaría (como siempre) rindiéndose a ella, sabíase un obrero más de la colonia, dispuesto a proteger a su creadora (desde ahora ella era su creadora) y a dar la vida por ella, sí, sabía lo que haría, sabía que tomaría el teléfono y marcaría ese número fatídico y diría las palabras correctas, esas que la harían sonreír satisfecha, las que la guiarían hacia él, las que la harían llenar de huevecillos su carne que seguirían alimentando la producción de las obreras, y así hasta la conquista final, hasta que el hormiguero andante dejara de ser útil y un día domingo (no se sabía porque tal día) se desplomara con todo el peso de ellas (las hormigas). Las mismas que lo habían elevado a estatus de hogar, ellas de tanto correrle por sus adentros terminarían por tomarlo cual escarabajo hueco y le conducirían hacia ella, la Reina…
Marcó el número mientras miraba una fotografía y sentía todas esas patas subiendo desde sus pies, uno, dos tonos. Hola amor- dijo.
Y no hay veneno…
Y no hay veneno…
¡Una, dos, tres cucharadas!
Cierras el tapón.
¡Que la máquina empiece a funcionar!
¿Habrán de morir todas ellas?
Hormigas fénix
Que de sus cenizas
De su exterminio
De:
¡La mano de Dios!
Escapado han.
Y te vendrán a buscar
Y te van a comer
Sabes bien que entraran por algún lugar
Traspasarán los poros de tu piel
Correrán a por la boca
Las fosas nasales.
Les sentirás por los oídos
Como un zumbido de marcha marcial
De los millones de ellas
Caminándote
Inevitablemente
Invadiéndote
Transportándose por las autopistas internas
Esas llamadas venas y arterias
Si, serán tú.
La noche era fría, según le informaron en esa llamada telefónica, pero la verdad es que de esas cosas ya no se enteraba, solo hasta que la muerte de las extremidades se lo recordaba, y le eran indiferentes esos estados que la gente llamaba “frío” o “calor”, ahora mismo se quitaba la playera como si el verano quemara su espalda. Un par de botellas de tinto chocaron al mover el pie derecho que se empezaba a entumir con el sopor de las horas tiradas en la inconsciencia de aquel sillón viejo y un nuevo montón de colillas apilándose a más, formando un nuevo montículo hormiguero, se hallaba a su derecha mientras otro pequeño volcancito nacía atrincherándolo cada vez mas.
Y así, la luz perdida de algún automóvil madrugador le reveló por un instante la escena de la que era parte, un frío le recorrió la espalda mientras reconocía con terror el sitio del que era víctima, pronto caería el asalto sobre él, una vez más habrían de invadirlo los millones de soldados himenópteros, una vez mas lo conquistarían y con un poco de suerte (para ellas, claro) le invadirían hasta quince años. Podía sentir ya su correr por desde sus adentros, conquistando poco a poco estratégicamente ese campo de batalla orgánico que a no ser por la conciencia era prácticamente indefenso. Ahora sabía bien lo que le habría de ocurrir, sabía lo que venía hacia él, sabía del poder de la Reina, sabía terminaría (como siempre) rindiéndose a ella, sabíase un obrero más de la colonia, dispuesto a proteger a su creadora (desde ahora ella era su creadora) y a dar la vida por ella, sí, sabía lo que haría, sabía que tomaría el teléfono y marcaría ese número fatídico y diría las palabras correctas, esas que la harían sonreír satisfecha, las que la guiarían hacia él, las que la harían llenar de huevecillos su carne que seguirían alimentando la producción de las obreras, y así hasta la conquista final, hasta que el hormiguero andante dejara de ser útil y un día domingo (no se sabía porque tal día) se desplomara con todo el peso de ellas (las hormigas). Las mismas que lo habían elevado a estatus de hogar, ellas de tanto correrle por sus adentros terminarían por tomarlo cual escarabajo hueco y le conducirían hacia ella, la Reina…
Marcó el número mientras miraba una fotografía y sentía todas esas patas subiendo desde sus pies, uno, dos tonos. Hola amor- dijo.
Carlos Neri
Mexicano radicando en Houston, Texas
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